Mi nombre. Mi camino. Mis decisiones.

Mi historia.

Mi historia es una de mujeres. 
Claras. Tercas. Protectoras. Trabajadoras.

Luchadoras.




No ha sido fácil o cómodo, ha habido más bajos que altos. Una serie de circunstancias han generado una característica muy curiosa. Cada una de las matriarcas de la familia se ha retratado con una frase, un lema, en la que generaciones posteriores se han apoyado para soportar y mantener una actitud positiva en los reveses que te lanza la vida.

Retrotraigámonos tres generaciones. 

Gume. Gumersinda.
Mi bisabuela. 

Nació en 1906. Le tocó vivir la guerra, y, en sus propias palabras, "peor, me tocó vivir el hambre de la posguerra".
Primogénita de 7 hermanos, todos ellos sin trabajo, desde muy temprana edad tuvo que mantener a una familia. Mujer decidida donde las haya, intentó por todos los medios que, bajo su cuidado, nunca, nadie, pasara hambre. Después de que su pequeño negocio de estraperlo tuviera un final pacíficamente abrupto -según fuentes fidedignas, era adorable en su ilegalidad-, llegó el barbecho de su frase más célebre.

Antes, ayudas para montar Estancos eran ofrecidas a los mutilados de guerra para que éstos tuvieran un porvenir. Mi bisabuelo acarreaba desde mucho antes de la guerra, una cicatriz en la cara. Gume, al enterarse de ésto y viendo cómo volvían a tener dificultados, muy decidida, lo cogió por banda y fueron a pedir esa tan ansiada ayuda. Él, refunfuñando, se dio la vuelta a mitad de camino, convencido ya de antemano de que no le iban a dar nada ante la mentira. En la distancia, Gume, no paraba de decirle:

¡El no ya lo tienes!

El no, ya lo tienes. Entonces, ¿qué vas a perder por intentarlo?
Nos dieron el Estanco.
No volvimos a pasar hambre.

Amable, cariñosa, tozuda, increíble persona, decidida Gume, tuvo a Rosario. Su primera hija. Agosto del 38. Mi abuela.
Rosario vivió bajo ese lema. A los 13 años tuvo que comenzar a trabajar, siendo una de las mejores modistas de su taller, al punto de formar el suyo propio a los 18 años.
¿Su lema?

Nunca dependas de un hombre.

La sociedad de los 60 no favorecía a las mujeres -¿qué sociedad lo ha hecho nunca?-, teniendo, incluso, que pedir permiso para todo a una figura masculina familiar. Al punto, de que tenía que esconderse de sus padres y hermanos para leer libros. Como veis, siempre se rebeló contra las estupideces.
Su matrimonio no fue uno fácil. Fácil como el mayor eufemismo que escucharéis en vuestra vida.

No dependas de un hombre. Formaros. Ganaros vuestro futuro. Sed independientes. No rindáis cuentas a nadie. 

Sed dueñas de vuestro destino.

Sed libres.

Cuando te repiten eso a cada oportunidad, a cada pelea, a cada contestación, a cada amenaza, a cada mirada, a cada día que pasa, acaba siendo parte de tu ADN. 
Como acabó siéndolo el de mi madre. 
Mi madre.

Mi madre no tuvo una infancia fácil. Debido a una enfermedad desconocida, rápida, trágica; ella y sus dos hermanas menores se quedaron huérfanas de padre cuando contaba con sólo 18 años. Dejó los estudios y empezó a ayudar a mi abuela con el negocio familiar, una papelería debajo de nuestra casa, para poder sobrevivir y ofrecerles un futuro a mis tías mientras éstas estudiaban.
Ella, nunca para de repetirme, además de los dos lemas de anteriores matriarcas, el suyo.

Todo pasa por algo.

Nada es casualidad. Cada vez que nos ocurre una mala experiencia, una que no podríamos haber evitado, prevenido, pensado; algo infinitamente mejor -y mucho más duradero- deriva de esta experiencia. 

Años después, no hubiéramos cambiado el negocio a un puesto de quinielas. No hubiese cargado día sí día también cajas arriba y abajo. No hubiese recorrido la misma calle. No hubiese pasado por delante del mismo puesto de loterías. No hubiese saludado a aquél apuesto chico que trabajaba en el puesto de loterías. No hubiese sonreído.

No hubiese nacido yo.
La historia de mi familia es una de matriarcas. Es una historia de obstáculos. Es una historia de superación. Es una historia de cómo afrontar la vida con optimismo, con fuerza, valentía.

En mi familia no tenemos objetos que heredar. Tenemos vivencias. Tenemos el retrato de cada generación resumido en un lema. Tenemos nuestra memoria, el apoyo, el amor de cada madre pasado de generación en generación. 

De primogénita a primogénita. De madre, a hija.

Es aquí, donde mi historia comienza a escribirse, y mi lema, a formarse.



Escucha el latido del alma.
Back to Top